El juego es una de las primeras formas mediante las que el ser humano se relaciona consigo mismo y con el mundo exterior. Lo lúdico no solo nos divierte, también nos ayuda a desarrollarnos con el ejercicio de la curiosidad, el análisis, la autonomía, la toma de decisiones y el conocimiento de unas normas. Jugar consolida la autoestima, fortalece nuestro carácter y genera procesos íntimamente ligados al desarrollo de la inteligencia.
Son numerosas las investigaciones, como las llevadas a cabo por Johan Huizinga, Graciela Scheines, Roger Caillois o Bernard Suits, que identifican lo lúdico como el primer desarrollo simbólico y relacional de las personas. El juego aúna una multitud de aspectos integrados en nuestra cotidianeidad, formando un complejo entramado que mezcla factores propios de la cultura, el arte, la sociedad, la ciencia o la política.
Estas investigaciones describen el juego como un elemento capaz de contribuir al progreso humano, fomentando el desarrollo cognitivo, motor y psicosocial, y ayudando al desarrollo de la personalidad, a la convivencia y a la participación social mediante la diversión, la creatividad y el conocimiento.
Existe la creencia de que la transición desde la infancia hacia la madurez implica el abandono de la práctica del juego. Esta creencia ignora la visión de lo lúdico como un recurso natural y creativo del aprendizaje. Pese a que todos nos alejamos de la infancia, la necesidad de relacionarnos con el juego no desaparece durante la etapa adulta. Es la forma de expresarnos y relacionarnos con lo lúdico lo que se transforma y adapta a las necesidades sociales y personales.
No recordamos cuál fue la primera vez que jugamos, al igual que desconocemos cuál será el momento en que dejaremos de hacerlo. Aun adultos, el juego tiene un papel destacado en el desarrollo de las habilidades personales y de las relaciones con los demás. Nos enseña a trabajar en equipo o a resolver conflictos y nos permite combinar lo cognitivo, lo afectivo y lo emocional.
Durante la etapa adulta ya no hacemos girar la peonza, ni lanzamos la canica una y otra vez. Ya conocemos cómo será el resultado. No podemos vivir en un eterno estado de sorpresa ante lo ya experimentado como ocurre con los más jóvenes. Frente al tedio de lo ya conocido, el juego nos permite aproximarnos a realidades que no podríamos experimentar de ninguna otra manera. Todas las formas de juego con las que contamos son una manera de enfrentarnos a la inmensidad del mundo desde diferentes perspectivas, haciendo uso de nuestra imaginación y retando a todo aquello que percibimos como absoluto.
Los resultados del estudio de SIGMADOS para analizar la percepción y el conocimiento que los españoles tienen del sector de juego reflejan que la motivación de casi el 68% de los españoles para jugar son la diversión y el ocio. No solo jugamos para descansar la mente y contribuir al propio bienestar, viviendo con gozo nuestra responsabilidad en la búsqueda de diversión. Jugamos por la misma razón por la que reímos o admiramos el arte: por la contemplación desinteresada de la realidad, de manera distendida, alegre y divertida.