El consumo moderado de bebidas alcohólicas está plenamente integrado en nuestra dieta y en nuestros usos y costumbres sociales. Bebidas tan populares como el vino y la cerveza, en dosis moderadas, pueden formar parte de una alimentación saludable, y su presencia en mesas, eventos y celebraciones está presente en la cultura popular de buena parte del mundo. Gestos tan repetidos como tomar una copa de vino durante la comida no siempre han estado permitidos, pues diversas legislaciones han promulgado normas prohibicionistas en torno al alcohol a lo largo de la historia, en algunas ocasiones con desastrosas consecuencias. El caso más conocido, debido a su peso histórico, su duración -operó durante 13 años consecutivos – y sus numerosas representaciones en la cultura popular (cine, literatura…), es la Ley Volstead, más conocida como la Ley Seca.
En enero de 1919, el Gobierno de los Estados Unidos ratificó la Enmienda XVIII a la Constitución, que prohibía la fabricación, transporte, importación, exportación y la venta de alcohol en todo el país, mediante la aplicación de severas multas y penas de prisión para los infractores. La Ley Seca no prohibía el consumo de alcohol, pero buscaba dificultar enormemente su acceso para la sociedad.
La prohibición de la fabricación y venta de alcohol fue el resultado de movimientos de presión por parte de los sectores más integristas -aglutinados, en último término, en el “movimiento por la templanza”- que propusieron cambios radicales en la forma de vida de la sociedad estadounidense, sin atender a la realidad concreta de la misma. A finales del siglo XIX, el “movimiento por la templanza” ganó fuerza y operó una campaña de presión para modificar la percepción pública, condenando el consumo de alcohol como elemento provocador de atraso y pobreza entre las masas de obreros que empezaban a llenar las ciudades de EE.UU. El movimiento por la templanza presentaba la sobriedad absoluta como una manera de alcanzar una moral pública superior, y aunque sus primeros postulados fueron de corte más moderado, en última instancia afirmaron que el consumo óptimo de alcohol era igual a cero, adoptando posturas prohibicionistas.
Uno de los impulsores más destacados de la nueva norma, el senador Andrew Volstead, llegó a declarar en una de sus más célebres citas: “Con esta medida, nacerá una nueva nación. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales, los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”. Sin embargo, el júbilo inicial de los impulsores de esta prohibición y su visión abstraída de la realidad no tardaron en frustrarse al ser superados por la realidad concreta de la forma de vida de la sociedad norteamericana.
Pese a que, durante sus primeros años de vigencia, la norma redujo -a fuerza- el consumo de alcohol, la sociedad estadounidense no dejó de beber. Como el consumo de alcohol no estaba penado, la gran mayoría de los consumidores siguieron accediendo a estos productos. proliferando, en todo el territorio de los Estados Unidos, casi 100.000 establecimientos ilegales donde se suministraban bebidas de dudosa procedencia. Al destruir las garantías sanitarias que ofrecían los cauces de la industria, muchas de estas bebidas comenzaron a aumentar su graduación e incluso llegaron a adulterarse. En muchas ocasiones el alcohol etílico era sustituido o mezclado con alcohol metílico (un producto de uso industrial, demandado para la elaboración de disolventes, liquido limpiaparabrisas, lacas, barnices, productos plásticos, etc.) lo que llegó a provocar un auténtico problema de salud pública. Los casos de envenenamiento, resultados de intoxicaciones debidas a su consumo, causaron miles de muertes y problemas de ceguera.
Los efectos negativos de la norma comenzaron a hacerse efectivos paulatinamente. La ley impedía la oferta de alcohol, pero la demanda no había desaparecido. La producción, importación y distribución de bebidas alcohólicas fueron asumidas por bandas criminales, que sembraron la violencia, expandiendo el crimen a lo largo de todo el país. En ocasiones, los criminales llegaron a contar con la connivencia de gran parte de la ciudadanía, que apoyaron a los contrabandistas, cansados de la sensación de recorte de sus libertades y derechos individuales. La ilegalidad produjo que el alcohol se adquiriese a precios muy elevados a través del mercado negro, lo que generó millones de dólares que corrieron a través de cauces opacos, llegando al extremo de involucrar a funcionarios del gobierno y policías.
En la década de los 30, años después de promulgarse la Ley Seca, los consumos de alcohol en la sociedad norteamericana aumentaron notablemente, con incrementos en torno al 50-70% (‘Alcohol Consumption During Prohibition’; National Bureu of Economic Research). Aunque la ley seca trajo consigo una disminución en cuanto al numero de muertos por cirrosis, también significó una gran cantidad de efectos perniciosos muy superiores a esta disminución. Tras más de 13 años de caos inducido y consumo irracional, el 5 de diciembre de 1933, la ley Volstead fue derogada, convirtiéndose en la única enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que ha sido suprimida.
¿Qué aprendemos de este periodo?
Del agitado periodo de la Ley Seca y sus consecuencias, podemos extraer algunas enseñanzas. Es inevitable trazar ciertos paralelismos que, salvando las distancias, asemejan los años anteriores a la promulgación de la Ley Volstead con el contexto actual de la industria del juego privado. En este sentido, el periodo seco en Estados Unidos demostró que las políticas prohibicionistas gozan de muy mala salud, ya que el fin que persiguen acaba siendo degradado, recortando las libertades individuales, y resultan incapaces de modificar las costumbres y los usos sociales.
Tal y como comentamos en la anterior entrada a nuestro blog, la industria del juego garantiza el cumplimiento normativo y asegura las garantías necesarias para que todos los clientes que accedan a sus productos lo hagan de manera segura, responsable y sostenible, con un especial foco de atención hacia los colectivos más vulnerables. Son los actores de la industria, junto con el regulador y las autoridades estatales competentes, las que garantizan la transparencia y la responsabilidad. Sin la industria, el juego ilegal y los cauces opacos corren el riesgo de dispararse y desplazarse hacia operadores sin licencia. En un reciente estudio, la ANJ, Autoridad Francesa del Juego, concluyó que la publicidad del juego aísla y previene la proliferación del juego ilegal. En Italia, un caso del que también hablamos en nuestro blog, el Gobierno se vio obligado recientemente a replantear las políticas prohibicionistas sobre el juego, al verse multiplicados los casos de juego ilegal, entre otras consecuencias negativas.
Un reciente estudio de PwC, titulado “Revisión de los juegos de azar en línea sin licencia en el Reino Unido”, revela una multiplicación del dinero apostado con operadores sin licencia y afirma, entre otras cosas, que las restricciones a los operadores y a la oferta de los jugadores favorecen la búsqueda de vías ilegales. Además, asevera que las restricciones de publicidad para los operadores de juego pueden reducir el conocimiento de los operadores con licencia, dificultando la elección de los operadores legales para los jugadores.
Actualmente, las políticas de consumo de alcohol en Estados Unidos han dado un viraje centrado en la prevención y en la educación, abordando los problemas desde un enfoque múltiple y flexible, alejado de los cada vez más fracasados e ineficaces modelos de prohibición. Un camino que la industria del juego quiere recorrer, con la certeza de que todas aquellas políticas que estigmatizan a aquellos sectores económicos que cumplen plenamente con la legalidad y los máximos estándares éticos, traen consigo consecuencias que van en detrimento de la transparencia y la protección de los más vulnerables.